Por Osvaldo Bayer para Página 12
Los de mi generación están ante una grata sorpresa. La Justicia argentina está tomando un papel protagonista en nuestra vida como país.
Se está imponiendo otro concepto. Poco a poco la Etica y la palabra Democracia están tomando un papel protagónico. El acto de hace pocos días en el Aula Magna de la Facultad de Derecho tiene un significado que va mucho más allá de una mera reunión más. Se habló por fin de lo que tiene que ser la Justicia, palabra tan olvidada en nuestro país. Fue cuando el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, y el secretario general de dicho alto cuerpo, Alfredo Kraut, presentaron su libro Derechos humanos: justicia y reparación. Un libro que va a marcar épocas.
Allí está todo lo que nos pasó a los argentinos. El macabro tiempo de la desaparición de personas, sus prólogos en las dictaduras militares anteriores y las consecuencias. Más qué es lo que hay que hacer para que esa tragedia argentina nunca más vuelva a repetirse.
Me impresionó la llaneza en expresarse acerca de estos temas del titular del máximo organismo de nuestra Justicia. Como periodista en mis largas décadas de ejercicio de esta profesión entablé muchos diálogos y realicé reportajes a jueces en los más altos cargos. Su lenguaje de antes era siempre indefinido, el “veremos cómo lo consideramos”, o “hay que analizarlo en todos sus detalles” o “no puede darse una opinión sino luego de un análisis profundo”. Parecían iconos de un museo de cera. En cambio, el profundo análisis de Lorenzetti sobre lo que deben ser los principios éticos de toda una sociedad y de cómo hay que hacer verdadera justicia, aunque los implicados en crímenes de lesa humanidad sean personajes de alcurnia o de alta condición social o postura política, fue hecho con absoluta claridad y no dejó dudas en el impactado público.
Más todavía, cuando de pronto fue agredido de palabra a gritos por un grupo de hijos y nietos de militares condenados por crímenes de lesa humanidad, el doctor Lorenzetti guardó absoluta calma, siguió el curso de su intervención. Es que la reacción de esos familiares de criminales del poder nos dio infinita lástima, hubo compasión. Porque ser hijo o nieto de individuos que hicieron desaparecer a miles de jóvenes, robaron niños o tiraron prisioneros vivos al mar es verdaderamente llevar una mancha sin remedio de por vida. Si habría podido llegar hasta ellos les hubiera insinuado lo mismo que les propuse a los nietos del ministro de la dictadura Martínez de Hoz, que no se sientan culpables pero, como gesto de dolor ante lo que hizo ese hombre del mismo apellido y sangre, arrojen un ramo de rosas blancas al río donde fueron lanzadas desde el aire las tres primeras madres de Plaza de Mayo.
Los hijos y nietos de los genocidas gritaban que defendían a los “presos políticos”. No son presos políticos, son criminales desde el poder y la obsecuencia a intereses que nada tienen que ver con el verdadero sentimiento democrático. El orador, doctor Lorenzetti, señaló entonces que esos criminales de uniforme que actualmente estaban presos tuvieron abogados defensores y todas las garantías democráticas durante el juicio. Y, con toda firmeza, el alto representante de la Justicia aseguró que “jamás se dará marcha atrás con los juicios por los crímenes de lesa humanidad”. “Estos crímenes –añadió– no prescriben y no pueden ser amnistiados ni indultados” y agregó algo que muy pocos jueces se han atrevido a sostener: “Este proceso se inició durante la dictadura con la lucha valiente de hombres y mujeres que comenzaron a denunciar lo que ocurría, con el surgimiento de las organizaciones de derechos humanos”. Y criticó con todas las letras a los “retrocesos por las leyes de amnistía y los indultos”. En el prólogo del libro que presentó se asegura que “es decisivo precisar que no se juzgan ideologías o posiciones políticas, sino desapariciones, torturas, violaciones, apropiación de niños y otros crímenes de lesa humanidad cometidos principalmente en los centros clandestinos de detención”. Y luego viene tal vez lo más importante: cómo fundamentar un futuro para que nunca más vuelvan a repetirse dictaduras militares ni crímenes de lesa humanidad: “Es relevante recordar que no se trata sólo de juzgar el pasado, sino de fundar las bases del futuro, para que nuestros hijos y nuestros nietos puedan disentir libremente en una sociedad democrática, sin que el Estado los persiga, los torture o los haga desaparecer. De ahí la importancia de la difusión y la publicidad de estos procesos, para lo cual se han realizado filmaciones y se ha puesto a disposición de la sociedad una página web donde se encuentra una amplísima información de cada juicio y de cada sentencia, así como de la situación de los centros clandestinos de detención”. Es decir, que la Justicia toma aquí un papel fundamental: no le basta castigar a los culpables, sino preparar el futuro para que nunca más vuelvan a repetirse crímenes de tal magnitud. En este sentido, adelantó el titular de la Corte que se creará un organismo que mantenga relaciones firmes con instituciones educativas y culturales para llevar toda la experiencia amasada en el Poder Judicial a los establecimientos de educación para preparar a la juventud a salir a la calle cuando vean en peligro las libertades públicas. Por eso se afirma en el libro: “Esta obra no está destinada, entonces, solamente a quienes han vivido o viven aún estas experiencias; tiene por finalidad que las generaciones futuras puedan conocer lo sucedido, alimentar la memoria y ser firmes en la defensa del Estado de derecho”.
Luego se agrega otro prólogo, nada menos que escrito por el juez español Baltasar Garzón, quien se destacó por juzgar la conducta de ese régimen franquista que manchó para siempre la historia hispana al levantarse contra la República, ayudado por los fascistas de Mussolini y los nazis de Hitler. Garzón eleva agradecido el coraje de las Madres y de las Abuelas de Plaza de Mayo por salir a la calle durante la temible dictadura. Y lo dice con todas las letras para que no se olvide: “Aun en los momentos más adversos, cuando podían perder la vida, como en muchos casos ocurrió, tuvieron la valentía de enfrentarse al poder corrupto y dictatorial de quienes masacraban a su pueblo y lo hicieron sólo en demanda de justicia. Esto demuestra que las instituciones no hicieron todo lo que debían y que ahora el compromiso debe ser irrenunciable”.
Luego comienza el relato de la lucha de la humanidad por hacer valer los derechos a la vida, y señala el libro: “La expresión de crímenes de lesa humanidad se empleó en un sentido no técnico en la declaración del 28 de mayo de 1915 de los gobiernos de Francia, Gran Bretaña y Rusia, en la que se denunciaron las masacres de los armenios por parte del Imperio Otomano como “crímenes de lesa humanidad y civilización”, por lo que todos los miembros del gobierno turco fueron hallados responsables junto con sus agentes implicados en las masacres. Y después se extiende en el caso alemán con respecto a los crímenes del nazismo donde sí los protagonistas más importantes del genocidio fueron juzgados por el tribunal de los vencedores, en Nuremberg, pero luego, la Justicia alemana prosiguió con todos aquellos de menos jerarquía que fueron los ejecutores de las bestialidades de los campos de concentración y de la persecución de los judíos y de los opositores. Esto último es una lección para aprender cómo un mismo pueblo debe hacer justicia para así preparar un futuro en que nunca más se vuelvan a repetir esos crímenes plenos de espanto.
El juez Lorenzetti llamó a la sociedad argentina a estar alerta siempre. Un juez valiente, otro se hubiera conformado sólo con juzgar cuando los delitos ya se han cometido.
El libro trae una serie de mucho valor de todos los juicios que se han realizado hasta ahora contra los delitos de lesa humanidad. Algo muy valioso para los historiadores y para todos aquellos que consideran imprescindible la lucha por los derechos humanos. En esas actas se reproducen todos los crímenes aberrantes cometidos por los ejecutores y colaboradores de la dictadura de la desaparición de personas.
Sí, los argentinos estamos viviendo otra época. Continúan realizándose reuniones y actos acerca de los derechos humanos y en ellos vemos a jueces, como el caso del doctor Zaffaroni, que con todo coraje civil –y no cubriéndose con el manto del silencio tradicional de los jueces– ha discutido con el pueblo toda la problemática de los incontables crímenes cometidos en estas fructíferas tierras argentinas que había servido en su historia de refugio para tantos perseguidos del mundo entero.
Y pasemos de estos jueces de puro coraje civil a hechos diarios que ocurren en nuestra sociedad y que no deberían suceder. Me refiero a lo ocurrido en los últimos días en los supermercados Disco-Jumbo, donde se ha dejado cesantes a delegados por haber exigido respeto a ciertas normas de trabajo, por ejemplo, no permitir ir al baño a las mujeres de las cajas, ya que a ellas se las reprime en eso prohibiéndoles que tomen agua para que esa necesidad fisiológica no aumente. Esto no solamente debería tomarlo en sus manos el Ministerio de Trabajo sino también la Justicia. Los relatos de los delegados son verdaderamente como para hacer una investigación a fondo. Cuando no se cumplen las normas de trabajo, comienza la violencia. Una violencia que va minando luego otros sectores de la sociedad. Son cosas que no hay que dejar de lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario