Por Heather McGill, investigadora de Amnistía Internacional sobre Bielorrusia
El 20 de julio de este año, un periódico local bielorruso publicó que se había ejecutado a Andrei Burdyka y a otro hombre. Pero las autoridades guardaron silencio. Las familias de ambos llevan dos meses esperando confirmación oficial. La prisión entregó algunas pertenencias de Andrei Burdyka a su madre en julio, pero ella conservaba la esperanza de que pudiera seguir vivo.
Hace menos de dos semanas, el 23 de septiembre, la madre de Andrei Burdyka recibió una llamada telefónica del tribunal regional. Le dijeron que podía presentarse en la oficina del registro para recoger el certificado de defunción de su hijo.
El 14 de mayo de 2010, Andrei Burdyka y otro hombre fueron condenados a muerte por delitos cometidos durante un robo a mano armada en un apartamento de la localidad de Grodno en octubre de 2009. Ambos fueron declarados culpables de asesinato con premeditación, agresión armada, incendio doloso, secuestro de un menor de edad, hurto y robo con violencia.
El 14 de mayo de 2010, Andrei Burdyka y otro hombre fueron condenados a muerte por delitos cometidos durante un robo a mano armada en un apartamento de la localidad de Grodno en octubre de 2009. Ambos fueron declarados culpables de asesinato con premeditación, agresión armada, incendio doloso, secuestro de un menor de edad, hurto y robo con violencia.
Tras recibir el certificado de defunción que confirma que su hijo ha sido ejecutado, la madre de Andrei Burdyka ha hablado públicamente por primera vez a la prensa local sobre el último año que pasó su hijo y la pérdida que ella misma ha sufrido.
En un artículo publicado el 28 de septiembre en Vecherniy Grodno, Nina Semyonovna contaba cómo había pasado su hijo el último año de vida a solas en su celda, sin permiso siquiera para hacer ejercicio: “Ya lo trataban como si no estuviera vivo [...] dormía, comía y hacía sus necesidades en la ‘celda’, un lugar sin ventilación.”
Durante una visita que hizo a su hijo, este le contó que tenía varios compañeros de celda que le hacían más llevadera su soledad: una araña, una mosca y un mosquito.
No se comunicó con antelación la fecha de la ejecución a los familiares de Andrei Burdyka, ni se les permitió hacerle una última visita; tampoco se les dice el paradero de su cadáver para que puedan visitar su tumba.
Según el periódico, la madre ha visitado cementerios en Minsk, a 300 kilómetros de su casa, para buscar la tumba de su hijo. La mujer explica: “Merecía ser castigado, pero debe ser enterrado con arreglo a los cánones cristianos. Andrei dijo que temía ser enterrado en una bolsa negra, sin ataúd”.
Es hora de poner fin a los homicidios cometidos por el Estado en Bielorrusia.
Actúa ya para acabar con la pena de muerte en el último país de Europa y de la extinta Unión Soviética que sigue llevando a cabo ejecuciones: http://www.amnesty.org/es/50/campaigns/death-penalty.
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