OSWIECIM, Polonia — Visitar Auschwitz es encontrarse con un lugar que resulta incomprensible, pero extrañamente familiar. Después de tantas fotografías y películas, libros y testimonios, parece tentador verlo como el campo de exterminio del set de una película, producto de una horripilante imaginación cinematográfica, y no como un lugar de la vida real.
Por desgracia, es real.
Por tal motivo, desde su creación en 2009, la fundación que recaba dinero para conservar el sitio de Auschwitz-Birkenau se ha basado en una filosofía: “Conservar la autenticidad”. La idea es mantener el lugar intacto, tal como estaba cuando los nazis se retiraron antes de que el ejército soviético llegara en enero de 1945 para liberar el campo, un suceso que se recuerda cada 27 de enero en el Día de Conmemoración del Holocausto.
Es una postura ética que implica desafíos curatoriales específicos; significa restaurar las derruidas barracas de ladrillo donde los judíos y otras personas estuvieron cautivos sin reconstruirlas, para que no se vean como réplicas históricas; quiere decir reforzar la pila de escombros cubierta de musgo que está en la cámara de gas en Birkenau, el campo de exterminio que se encuentra a algunos kilómetros, estructura que los nazis hicieron explotar antes de su retirada; significa proteger esos escombros de las filtraciones de agua de los estanques adyacentes donde se tiraron las cenizas de las víctimas.
La meta de los conservacionistas es mantener el campo de Auschwitz intacto, exactamente como se encontraba cuando los nazis se replegaron antes de que el ejército soviético llegara en enero de 1945 para liberar el campo.
Y significa llevar a restauradores para que conserven un inventario que incluye más de una tonelada de cabello humano, 110.000 zapatos, 3800 maletas, 470 prótesis y aparatos ortopédicos, más de 40 kilogramos de gafas, cientos de latas vacías que contenían gránulos de veneno Zyklon B, tuberías metálicas patentadas y regaderas de las cámaras de gas, cientos de cepillos para el cabello y de dientes, 379 uniformes a rayas, 246 talits, más de 12.000 ollas y cazuelas que llevaron consigo los judíos que creían que únicamente se les reubicaría, y cerca de 229 metros de pilas de documentos de la SS — registros de higiene, telegramas, planos arquitectónicos y otras pruebas de la burocracia del genocidio — así como miles de memorias de los sobrevivientes.
El trabajo puede ser desgarrador, pero quienes lo llevan a cabo a menudo se sienten motivados por un sentido de responsabilidad.
“Estamos haciendo algo que se opone a la idea incial de los nazis que construyeron este campo”, explicó Anna Lopuska, de 31 años, quien supervisa un plan a largo plazo para la conservación del sitio. “No querían que durara. Nosotros estamos haciendo que perdure”.
La estrategia, dice, es “intervenir lo menos posible”. La idea es conservar objetos y edificios, sin embellecerlos. Cada año, con la muerte de más sobrevivientes, el trabajo cobra más importancia. “En 20 años, estos objetos serán los únicos que contarán la historia de este lugar”, agregó.
Fotografías de presos en una de las exhibiciones.
Los conservadores están tomando un camino menos explorado dentro del ámbito de la restauración. “Tenemos más experiencia en la conservación de una catedral que en los restos de un campo de exterminio”, dijo Piotr Cywinski, quien cumplirá 43 años próximamente y es el director del Museo Estatal Auschwitz-Birkenau, y está a cargo del sitio. Auschwitz, dijo, “es el último lugar donde todavía se puede tener una idea de la organización espacial del avance de la Shoah,” nombre que se le da al Holocausto en hebreo.
El año pasado, un número récord, 1,5 millones de personas, estuvieron ahí para ver la dimensión del Holocausto, cifra que triplicó el número de visitantes del 2001, lo que supone un mayor deterioro a los edificios envejecidos.
Entre 1940 y 1945, 1,3 millones de personas fueron deportadas a Auschwitz, el más grande de los campos de exterminio, el noventa por ciento de ellos judíos. El campo tiene una extensión de 202 hectáreas y alberga 155 edificios y 300 ruinas.
A lo largo de los años, ha habido diferencias en cuanto a las estrategias de conservación. “No estoy convencido de los actuales planes para Auschwitz”, expresó Jonathan Webber, miembro de los asesores del Consejo Internacional de Auschwitz y catedrático del programa de Estudios Europeos en la Universidad Jaguelónica de Cracovia. “Un buen monumento en memoria de las víctimas puede lograr lo mismo sin tener que invertir todo ese esfuerzo de conservación y restauración”, añadió.
Nel Jastrzebiowska trabaja en el laboratorio del museo de conservación, que abrió en 2003.
El laboratorio de conservación, que cuenta con tecnología de punta, abrió en el 2003. Una tarde reciente, Nel Jastrzebiowska, de 37 años, conservadora de papel, estaba usando una goma de borrar para limpiar una pila de papeles; eran cartas con el membrete de Auschwitz, escritas en alemán con una prosa optimista cuya intención era burlar los censores. “Tengo buena salud”, se leía en una de ellas, y proseguía, “Envíame dinero”.
En una mesa cercana se encontraba la partitura para los instrumentos de viento del Capricho Italiano (Op. 45) de Tchaikovsky, que fue tocado por la orquesta del campo de exterminio. Jastrzebiowska dijo que conservaría la página como estaba y dejaría los manchones que indicaban que se había dado vuelta a las páginas. “Los objetos deben mostrar su propia historia”, dijo Jolanta Banas-Maciaszczyk, de 36 años, jefa del departamento de conservación.
“No podemos detener el tiempo”, expresó Jastrzebiowska, “pero podemos retrasarlo”.
El esposo de Jastrzebiowska, Andrzej Jastrzebiowski, de 38 años, es conservador de metal; pasó tres meses limpiando todas las gafas en una vitrina, conservando su estado de desgaste, pero tratando de evitar una mayor corrosión. “Cuando vi las gafas en exhibición, me parecieron una enorme pila”, dijo. Pero en el laboratorio, comenzó a examinarlas una por una; una de ellas, en lugar de tornillo tenía una aguja doblada; otra tenía una de las varillas reparadas. “Entonces esa enorme masa de gafas comenzó a convertirse en personas”, confesó Jastrzebiowski. Esta “búsqueda por los rasgos individuales”, dijo, ayuda a asegurarse de que el trabajo no se vuelva demasiado rutinario.
Flores dejadas al lado de las ruinas de las cámaras de gas.
En el 2009, el infame letrero metálico en el que se lee “Arbeit Macht Frei” (“El trabajo libera”) que colgaba sobre la puerta de la entrada fue robado. Días más tarde, fue encontrado en otro lugar de Polonia, cortado en tres (un sueco con vínculos neonazis y dos polacos fueron acusados de cometer el delito). Jastrzebiowski ayudó a soldar el letrero para dejarlo nuevamente de una sola pieza. Sin embargo, las cicatrices de la soldadura acabaron por narrar más la historia del robo que la de su larga historia, de tal modo que el museo decidió que sería más auténtico reemplazar el letrero dañado.
Hay camaradería entre los conservadores, pero algunas veces las tareas pueden ser demasiado difíciles de sobrellevar. “Probablemente uno de los trabajos más difíciles sea trabajar con zapatos”, comentó Banas-Maciaszczyk, “todos aquí tenemos nuestros momentos de emotividad”. Para ella, fue el día en que estaba limpiando una pequeña sandalia de madera de una niñita; podía ver la pequeña huella del pie sobre la suela. “Es algo muy difícil de describir”, dijo. De 1940 a 1945, entre 150.000 y 200.000 niños murieron en estos campos.
Banas-Maciaszczyk contó que su madre le dijo que estaba loca por trabajar en Auschwitz. “Hay momentos en que pienso, ‘¿qué estoy haciendo aquí?’”, reconoció. Pero en esos momentos recuerda el objetivo fundamental. “Todos los que trabajamos aquí debemos sentir que es muy importante. De lo contrario, no habría poder alguno que nos hiciera permanecer aquí”.
Kamil Bedkowski, de 33 años, trabajó como conservador de arte en Gran Bretaña durante ocho años, inclusive restauró frescos en el cielo raso del Castillo de Windsor. Ahora forma parte del equipo que apuntala las barracas de ladrillos que se derrumban en Birkenau, donde miles de personas durmieron alguna vez, apiñadas en ruinosas literas de tres niveles. “Este proyecto constituye el mayor reto en el que he trabajado”, dijo.
Visitantes al sitio cruzan las vías del tren a través de la rampa por donde desembarcaban los que llegaban al campo.
En su mayoría, los conservadores tienen menos de 40 años, lo suficientemente jóvenes como para no haber conocido la Segunda Guerra Mundial —“No es nuestra culpa que el campo se haya construido aquí”, dijo Jastrzebiowski—, pero sí lo suficientemente grandes para haber oído historias de sus padres y abuelos. Pocos están en contacto habitual con judíos que no son sobrevivientes ni visitantes.
A pesar del espíritu de congelar el sitio en el tiempo, algunas muestras han sido rediseñadas en años recientes: la de la Federación Rusa cuenta la historia de los prisioneros políticos rusos aquí; las de los Países Bajos, Francia y Bélgica hablan del destino de sus judíos; la exhibición dedicada a los gitanos Sinti y Roma presenta la historia, a menudo pasada por alto, de aquellos pueblos asesinados aquí. La muestra polaca tiene el colorido del pasado comunista del país.
El nuevo pabellón judío abrió en el 2013; fue diseñado por Yad Vashem, la institución oficial constituida en memoria del Holocausto en Jerusalén. El pabellón muestra películas en blanco y negro de la vida de los judíos en Europa antes de la guerra y después de los mítines de Hitler. En una habitación, el artista israelí Michal Rovner copió dibujos elaborados por niños del campo en la pared. En otra, los nombres de seis millones de víctimas del Holocausto están impresos en una larga hilera de páginas, cuyos bordes se tornan amarillentos por el contacto humano.
Las exhibiciones permanentes serán actualizadas en el transcurso de la próxima década para incluir más objetos relacionados con los perpetradores, no solo sus víctimas. En el almacén de la colección se encuentra una caja con sellos de goma de la SS con mango rojo, que se conservan en cajas libres de ácido. En el futuro, estos objetos estarán en exhibición. Forma parte de un plan a largo plazo del museo, con ayuda de la fundación, que ha recabado cerca de 120 millones de euros (unos 130 millones de dólares), casi la mitad donados por Alemania, para asegurar la conservación a perpetuidad.
El museo ha decidido no conservar una cosa: el cúmulo de cabello humano que ocupa una enorme vitrina. En el transcurso de los años, los cabellos han perdido su color original y han comenzado a adquirir un tono gris. Por respeto a las víctimas, no pueden ser fotografiados. Hace varios años, los asesores del Consejo Internacional de Auschwitz sostuvieron un debate difícil sobre el cabello. Algunos sugirieron enterrarlo, otros querían conservarlo, pero uno de los asesores planteó una cuestión: ¿cómo podemos saber si los cabellos pertenecen a personas que están vivas o que murieron? ¿Quiénes somos para decidir su destino?
Se decidió dejar al tiempo la descomposición del cabello en la vitrina, hasta que se convierta en polvo.
Fuente: http://mobile.nytimes.com/2015/04/16/universal/es/abominable-inventario-en-auschwitz-es-un-desafio-para-la-conservacion.html?utm_source=fb&utm_medium=cpc&utm_campaign=kimbot&_r=1&referer=http%3A%2F%2Fm.facebook.com
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