Por: Pablo Carabelli
El problema no es revisar hechos históricos, sino ocultar sus aspectos objetivamente negativos, que los seguidores de la historiografía oficial pretenden en primera instancia negar o, si ya no se puede, al menos subestimar para que la balanza se incline hacia el lado de los méritos del personaje en cuestión.
Es el caso de Julio A. Roca y sería el caso de Jorge R. Videla o Emilio E. Massera, si en vez de haber “fundido” a la República Argentina tuvieran para presentar éxitos en materia económica, educativa, de infraestructura o en cualquier otro aspecto ligado a la prosperidad de una fracción de la población. Pero a la vez, en su mochila se acumularían desa-pariciones, torturas, asesinatos ejecutados mediante “vuelos de la muerte”, robos de niños, violaciones sistemáticas en los centros clandestinos de detención. Un balance justo no podría dejar de inclinarse para el lado del “debe”, porque los “haberes”, por impresionantes que fueran,jamás compensarían los delitos cometidos. ¿Qué tiene que ver esto con Roca? Mucho, ya que el tucumano emprendió una campaña de eliminación sistemática de un grupo racial, miles de personas a las que despreció por “salvajes” y mandó a matar, torturar (recluyéndolos en la isla Martín García, donde murieron hacinados y víctimas de la viruela entre otras enfermedades) y esclavizar. Para conocer detalles de ese proceso de aniquilación se puede consultar “Pedagogía de la Desmemoria”, libro escrito por Marcelo Valko.
El debate acerca de Roca trae reminiscencias también sobre el genocidio armenio a manos de los turcos, hace casi un siglo. Es muy probable que los gobernantes turcos hayan realizado grandes actos de gobierno, pero resulta ineludible considerar que asesinaron a 1.500.000 personas de origen armenio, buscando con ello homogeneizar el Imperio Turco Otomano. Adolf Hitler tuvo en cuenta esa matanza para la planificación de la “solución final al problema judío”, y se mostró muy interesado en la amnesia colectiva que se impuso desde el gobierno turco (cuando intentaba convencer a su Estado Mayor acerca de la conveniencia del exterminio de los judíos, Hitler preguntó: “¿Alguien recuerda el Genocidio Armenio?”). Por eso no es moda no recordar los crímenes que Roca planificó (como ministro de Guerra y como presidente), los que lo hacemos nos negamos a que se imponga el olvido como forma de consagrar las injusticias del presente reafirmando un pasado supuestamente glorioso (“¡Qué bien estábamos en la época del Primer Centenario, cuando éramos el granero del mundo!”, dicen…), en cuya exaltación se podan todas las aristas injustificables. El revisionismo histórico existe porque hay hechos de la historia argentina y mundial que siempre se han presentado dejando de lado partes esenciales, que involucran violencia, que suponen muertes a escala masiva.
Mi pronóstico es inverso al del abogado García Mérida: la revisión de nuestra historia llegó para quedarse, cada año que pase los personeros de una Patria para pocos, como Roca y sus numerosos “herederos” (quiénes se beneficiaron con el alevoso reparto de tierras a fines del siglo XIX), deberán enfrentar cuestionamientos más sólidos, y se les agotará la falacia de presentarse como portadores de un pensamiento desprovisto de ideología (el primer rasgo de honestidad intelectual es reconocer que todo ser humano habla desde determinado posicionamiento ideológico, tan válido en su diversidad como ineludible).
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