Por María Jimena Duzán
Varujan
Vosganian, autor de 'El libro de los susurros', en el que narra la tragedia del
genocidio armenio, vino a Colombia al V Festival organizado por el Centro
Cultural Gabriel García Márquez.
Sábado 15 Septiembre 2012
María Jimena Duzán: ¿Cómo definiría
usted 'El libro de los susurros'?
Varujan Vosganian: Para hablar de El libro de los susurrros primero tendría que hablar de
mí: soy hijo de descendientes armenios que llegaron a Rumania,
provenientes de Anatolia como sobrevivientes del genocidio cometido por los
turcos contra el pueblo armenio en 1915 que le costó la vida a un millón y
medio de armenios. Duré cuatro años escribiendo el libro pero en cierto sentido
lo he vivido desde que nací. Los miembros de la comunidad armenia donde pase mi
infancia procedían de distintos rincones de Anatolia. Ellos se reunían todas
las tardes alrededor de un café y contaban cosas y esas son las historias que
se encuentran en El libro de los susurros. El hecho de que estos hombres
se dieran cuenta de lo difícil que es morir en la misma tierra que uno ha
nacido, hizo que sus vidas tuvieran una determinada percepción de la historia y
este libro ofrece a los lectores la sabiduría y la tristeza de aquellos
hombres. Justamente por esa mezcla de nostalgia y esperanza El libro de
los susurros ayuda al lector de cualquier parte del mundo a entender mejor lo
que ocurre en su propio país.
V.B.: El libro
de los susurros es una clave para descifrar el destino de un pueblo en el siglo
XX y sí, en ese sentido, se puede leer como un manual de instrucciones. El
libro habla del pueblo armenio y de su idiosincrasia, pero igual se podría
hablar de otro pueblo. Para que esta sensación sea posible en el lector hay
solo una condición: que se haga con sinceridad. Nadie tiene que creerse mejor
de lo que es, ni tampoco más débil de lo que es.
M.J.D.: Usted habla en su
libro sobre la naturaleza intrínseca de las víctimas y de los verdugos.
Sin embargo, tengo que confesarle algo: en un conflicto tan largo como el
colombiano resulta cada vez mas difícil distinguir a unos de otros porque la guerra
degrada hasta a las víctimas.
V.B.: En una conferencia de prensa que tuve
en España cuando fui a presentar mi libro, un periodista me preguntó cómo veía
yo la disputa que había en ese país en torno a las fosas comunes de la época de
Franco en las que estaban enterradas las víctimas republicanas al lado de las
del franquismo. Yo dije que esta disputa no servía para llegar a ningún
acuerdo en la sociedad porque si no dejábamos que los muertos no se
reconciliaran entre ellos, nosotros los vivos tampoco lo íbamos a poder hacer.
M.J.D.: ¿Cuánto dolor le produjo recordar a sus muertos?
V.B.:
En la novela yo cuento la historia de mi abuelo paterno cuya familia fue
exterminada casi por completo durante la matanza de 1915. Una de sus hermanas
murió en el desierto de Siria, otra arrojándose al río Eufrates para escapar de
los violadores, vio como su hermano era asesinado frente a él y nunca supo nada
de su hermana pequeña. Después de llegar a Rumania y de hacerse a cierta
posición social, escribió a los orfelinatos de Siria y de uno de ellos llegó
una respuesta: ¡su hermana pequeña vivía! Se dieron cita en el puerto de
Constanza pero el acompañante de su hermana no le permitió que se vieran. Los
puso a cada uno en una habitación y les hizo escribir en un pedazo de papel los
nombres de los bisabuelos hasta llegar a los parientes actuales. Los confrontó
y al hacerlo, se dio cuenta de una monstruosidad: ¡era una lista de
muertos y solo ellos dos habían sobrevivido! En Argentina cuando fui a presentar
el libro me encontré con descendientes de personajes del libro que habían huido
de Rumania en la guerra mundial y que a su vez habían sido secuestrados,
torturados por la dictadura argentina. Esas personas habían tenido la misma
sensación que tuvo usted: sintieron que estaban leyendo su propia tragedia.
M.J.D.:
¿Qué le diría a muchas de las víctimas en Colombia que no han encontrado a sus
muertos, como sucede con varios de los personajes de su novela?
V.B.: Yo
haría una pequeña diferencia, si me lo permite. A los armenios este genocidio
los unió. Nos asesinaron a un millón y medio de armenios cuando la población
era de 3 millones. Prácticamente nos exterminaron. Aquí se trata de una
lucha entre hermanos del mismo pueblo. Para los colombianos es mucho más
difícil superar lo que les ha sucedido.
M.J.D.: En su libro usted habla de
lo importante que es perdonar, pero no a cualquier costo.
V.B.: Si
queremos dar solución al conflicto en cierto momento hay que buscar la paz y
eso no se puede lograr a través de la venganza porque esta supone una lucha sin
fín, sobre todo cuando se trata de un conflicto civil. Si cada uno tiene en su
familia una víctima intentará vengarse. Entonces el número de victimas crecerá
y eso hará mucho mas difícil la paz. ¿Pero y cuál debe ser entonces la
dimensión del perdón? Creo que perdonar de forma incondicional es tan
equivocado como olvidar. Perdonar sin condiciones significa que uno es
indiferente al dolor, a la guerra. El olvido es un asunto más personal e
íntimo, pero el perdón necesita siempre de un interlocutor y este tiene que
comportarse con responsabilidad. Uno solo perdona cuando sabe que se han puesto
las condiciones necesarias que garantizan que ese horror que uno ha vivido no
se va a repetir. Y esas condiciones solo se dan cuando se asumen las
culpas. Eso sucedió entre Alemania e Israel. Alemania asumió su culpa,
pidió perdón y el pueblo judío se lo dio.
M.J.D.: Hasta ahora las
autoridades turcas no han reconocido el genocidio armenio. ¿Ustedes los han
perdonado?
V.B.: Nosotros, los armenios, todavía no hemos perdonado a las
autoridades turcas por lo que ocurrió; sobre todo porque su actitud hasta hoy
es la de negar que esa masacre tuvo lugar. No tenemos ese mismo sentimiento con
el pueblo turco. A mi abuelo paterno lo salvó una familia turca. Pero para que
podamos perdonar es necesario que el perdón venga de esa parte.
M.J.D.: Y
usted escribió esta novela no solo por compromiso con sus muertos, sino para
que el mundo no olvide el genocidio armenio.
V.B.: Es que el olvido es
peligroso porque engendra indiferencia. Y lo que se olvida, puede repetirse.
Las heridas no se curan por el olvido.
M.J.D.: Usted no solo es un
escritor, también es poeta y político. Ha sido ministro de Finanzas de
Rumania. ¿Se puede ser poeta y político?
V.B.: No creo que yo hubiera
podido escribir este libro si no hubiera sido político. El paso por la política
me hizo entender mejor la diferencia entre la gran historia y la pequeña
historia; entre la historia de los tratadistas y la de la gente sencilla,
víctima de una historia que no entiende.
M.J.D.: Antonio Gramsci decía que
hay dos tipos de intelectuales: los funcionales al sistema y los que no lo son.
¿Usted a cuál de los dos grupos pertenece?
V.B.: Yo opté por la poesía
desde cuando tenia 5 años. Desde entonces mi deseo fue el de ser escritor.
Quise estudiar Filosofía pero las facultades de Filosofía fueron
suprimidas en la época comunista: al comunismo no le gustaba que aprendiéramos
a pensar. Por eso opté por estudiar Relaciones Económicas Internacionales con
la esperanza de que esto me iba a ayudar a salir del país. Pero si usted me
pregunta qué tipo de intelectual soy, le responderé que yo pertenezco a la
categoría del intelectual rebelde que no acepta los hechos consumados. He
estado en la cárcel cuando en 1989 se hicieron las primeras protestas contra el
régimen comunista de Rumania. Me enfrente a los soldados armados sin tener nada
más que mi intelecto. Y le confieso algo: si uno no sabe distinguir el
ruido de los fusiles cuando estos se cargan a sus espaldas, no sabe lo que
significa el silencio. Si quiere que le resuma en una frase lo que significa
una vida pública plena le diría: es aquella en que uno nunca llega a
saber cuál es su precio.
M.J.D.: ¿Y con esa franqueza, sí es posible ser
un político exitoso?
V.B.: Soy un hombre que ha estado en el parlamento
desde hace 20 años y puedo decirle que a largo plazo es posible tener moral
sin ser político, pero no se puede ser político sin moral.
M.J.D.:
Estamos comenzando un nuevo proceso de paz, como ya lo habrá sabido. Usted que
ha visto tanto dolor, tanto odio y que ha sido capaz de reconciliarse con la
vida, ¿qué consejo nos podría dar a los colombianos?
V.B.: Cada país tiene
sus propias características y es muy difícil desde fuera dar consejos. Creo que
lo más difícil de un proceso de paz es definir las condiciones. Cuando
sepa con exactitud cuáles son esas condiciones para que esta paz sea posible,
entonces les diré lo que creo sobre el futuro que puede tener este proceso de
paz que se ha iniciado. Por lo que he leído en la prensa estos días y por las
personas con que he conversado en esta semana que he estado en su país, opino
que el deseo de paz del presidente Santos es sincero. Para que se dé un buen
diálogo con el opositor no puede haber un vencedor ni un vencido. Y la cultura
es la única actividad humana que permite vencer sin dejar tras de sí a
vencidos; que conquista sin humillar. Si esto no se logra, la paz que se
conseguiría sería tremendamente inestable.
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