Turquía está conmemorando con grandes fastos su victoria de 1915 en Gallípoli; este año ha adoptado un cariz conflictivo al coincidir con el centenario de los sucesos conocidos como el genocidio armenio, en el que la población de armenios otomanos perdió más de un millón de personas. Las celebraciones del aniversario de Gallípoli comenzaron el 18 de marzo, fecha en la que una fuerza naval franco-británica entró en el estrecho de Dardanelos para intentar tomar Constantinopla (hoy Estambul) y fue rechazada por los cañones turcos. Tradicionalmente, este es el día fundamental para Turquía, mientras que el 25 de abril (ANZAC Day) es el que recuerdan Australia y Nueva Zelanda, miles de cuyos soldados murieron en la batalla. Este año, Turquía ha convocado también una serie de ceremonias para el 24 de abril, que coincide precisamente con el que evoca el inicio de la tragedia armenia.
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El presidente armenio, Serzh Sarkissian, acusa a su homólogo Recep Tayyip Erdogan de sabotear el aniversario del genocidio, un término que los gobiernos turcos siempre se han negado categóricamente a aceptar. Erdogan invitó a Sarkissian junto con más de 100 lideres mundiales a asistir al aniversario de Gallípoli después de recibir una solicitud de aquel para que asistiera a las ceremonias de conmemoración del genocidio armenio ese mismo día.
La matanza armenia y la batalla de Gallípoli son dos acontecimientos muy sentidos en mi casa porque la abuela de mi mujer era armenia (su familia se fue de Tokat, en Anatolia, antes de los asesinatos) y su abuelo escocés resultó herido en el estrecho de Dardanelos. La provincia de Sivas, limítrofe con Tokat, sufrió enormemente: su población bajó de 225.000 personas en 1914 a 16.800 en 1922, según las cifras que mi esposa y yo vimos expuestas en el Museo del Genocidio de Yerevan.
La decisión de Erdogan de celebrar las ceremonias de Gallípoli el mismo día del centenario armenio parece un cínico intento de desviar la atención del mundo del que suele considerarse el primer genocidio del siglo XX. El centenario se ha recordado con la publicación de dos libros escritos sin prejuicios: no obstante, ni Thomas de Waal en The Great Catastrophe ni Ronald Grigor Suny en A History of the Armenian Genocide encuentran pistas concluyentes (smoking gun en inglés) que permitan atribuir una clara premeditación a los responsables. De hallarlas, eso permitiría condenar de forma retroactiva a los autores de la matanza en virtud de la Convención de Naciones Unidas sobre Genocidio, aprobada en 1948 y que define el genocidio como “los actos cometidos con intención de destruir por completo o en parte a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Es una cuestión que deben discutir los jueces, no los historiadores.
Lo que sí proporcionan los autores son numerosas pruebas que refutan la versión turca de los hechos. Los líderes de los Jóvenes Turcos creían que los armenios eran enemigos internos, aliados de Rusia en la Primera Guerra Mundial (Turquía apoyaba a Alemania), y que estaban conspirando para obtener su independencia como Estado. Pero entonces, ¿por qué murieron tantos niños y mujeres, asesinados o de inanición, después de que les desterraran al desierto? La respuesta al nacionalismo separatista de unos pocos fue la destrucción total de la comunidad étnica a la que pertenecían esos nacionalistas.
La tragedia armenia ocupa el debate histórico más antiguo y enconado que existe en la actualidad. Turquía cerró la frontera con Armenia en 1993 en apoyo de su aliado Azerbaiyán, que mantenía una disputa con Armenia por el enclave de Nagorno-Karabaj. En 2009 Turquía y Armenia acordaron una hoja de ruta para normalizar las relaciones; en ella se incluía el establecimiento de una subcomisión para examinar la “dimensión histórica” de sus relaciones. En 2010 se suspendieron los Protocolos de Zurich debido a la falta de avances. Los grupos de la diáspora armenia pensaban que la existencia de la comisión era una estratagema, puesto que ya existían pruebas voluminosas y bien documentadas. La comisión habría dado a Turquía una oportunidad para reescribir su versión oficial de 1915, que lo niega todo. Más de 20 países, entre ellos Francia y el Vaticano, han reconocido ya el genocidio.
La cuestión armenia ha dejado de ser un tema tabú en Turquía. En 2005, Orhan Pamuk estuvo a punto de ir a la cárcel por hacer unos comentarios polémicos sobre la matanza de armenios: le acusaron de insultar el carácter nacional turco. Sin embargo, desde entonces, las versiones alternativas se han ido permitiendo cada vez más, aunque no se ha abandonado la estrategia de negarlo todo. El año pasado, Erdogan ofreció sus condolencias a las familias de los armenios asesinados. Sus declaraciones fueron las más conciliadoras hasta el momento y un gran paso para un dirigente turco, pero significaron poco para Armenia, porque no llegó a pedir oficialmente perdón.
Hay otros países que han afrontado los episodios incómodos de su pasado, en especial Alemania. Turquía debe encontrar la manera de hacerlo también.
Fuente: El conflictivo centenario del genocidio armenio
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